Compartiendo cama

Yo colecho. Tu colechas. O mejor, nosotros colechamos. Porque no tenemos duda de que el colecho es beneficioso para los peques. Un papá, una mamá y dos mellizos. Ellos en medio de nosotros, por supuesto, debe ser para evitar que tengamos más hijos que les quiten su puesto de hermanos pequeños. Y así todas las noches, duerman regular o duerman mal. Y sin vistas de que vaya a cambiar próximamente, aunque sea por puro egoismo. La mayoría de las noches se despiertan tantas veces que solamente por evitar tener que levantarnos e ir a su habitación una y otra vez, o peor, quedarnos allí, preferimos que sigan durmiendo con nosotros, aunque estén en el medio. 



Supongo que os estaréis preguntando si tenemos una cama de dos por dos para caber todos juntos. Pues no. Hemos añadido una cama de 90 al lado de la nuestra, era la única manera de no caernos por los lados. Porque entre todos, más la almohada de lactancia (a la que cariñosamente llamamos elefante), que separa a los peques, ocupamos bastante. Y además, ellos se mueven, se giran, se van hacia arriba, se van hacia abajo… Pero eso no es todo, hacen más cosas. Pablo está obsesionado con los chupetes, y, si puede, además del que tiene en la boca, le gusta tener uno más en cada mano. Incluso se incorpora estando dormido al cabecero de la cama y los coge. Sí, estando dormido. Y a Luís le ha dado últimamente por hacer pedorretas. También mientras está dormido. El primer día hizo dos, primero pensé que lo había soñado, pero al rato hizo otra que me sacó de dudas. Además, Pablo hace excursiones y algunas de ellas acaban encima de su hermano, despertándose y llorando los dos. Y Luís, cuando se acuerda de que no tiene el chupete en la boca, llora como un descosido. No son noches muy tranquilas, aunque esto no parece importarle al gato, que algunas veces también colecha con nosotros, cuantos más mejor.

Con Julia la cosa fue diferente. Antes de tener un año ya dormía sola en su cama, en su habitación. En la cuna no aguantó mucho. Daba vueltas continuamente, se golpeaba con los barrotes aún estando las chichonera e intentaba dormir a lo ancho y, como no podía, se enfadaba muchísimo y comenzaba a llorar. En este momento me acuerdo de la sábana fantasma, qué gran invento y qué bien nos funcionó con ella.

Así que, de momento, nos toca seguir así. Repito que no tenemos duda de que el colecho es beneficioso para los mellis, no seguimos haciéndolo sólo por puro egoismo, como decía al principio. En cualquier caso, siempre nos queda el consuelo de que puede ser peor, como nos contaba hace unas semanas yyoconestasbarbas.

Televisión y horarios

Que bien. Ahora en La Uno ponen un par de programas para poder ver en familia, con nuestros retoños y retoñas. No son dibujos animados ni películas. Son programas programas, con sus presentadores y todo, y salen niños y niñas de verdad. En «Jugando con la estrellas», presentado por Jaime Cantizano, papás o mamás tienen que superar pruebas acompañados de sus hijos o hijas. En «El árbol de los deseos», presentado por Edu Soto, hacen realidad sueños de niños y niñas de distintos colegios. Son programas entretenidos, que se ven (deben ver) a gusto en familia. Un lujo, teniendo en cuenta la programación que hay hoy en día.

Sin embargo, como no podía ser tan bonito, los programas tienen una pequeña pega, sobre todo el segundo. Y es el horario, que, para mí, es una cagada, y de las gordas. Vale que es sábado y que al día siguiente no hay que madrugar, pero no puede ser que un programa para ver en familia empiece después de las once de la noche y acabe pasadas (por bastante) las doce. Hace no mucho hicieron lo mismo con Masterchef Junior, en vacaciones de Navidad, y después ¿De verdad alguien cree que es un horario apropiado para que los niños están delante de la televisión?

Como nosotros creemos que no, Julia no ve estos dos programas. Aunque sea sábado, aunque sean  programas para ver en familia. Y a Julia le encanta ver la tele. Pero a nosotros nos parece más importante que a esas horas esté en la cama dormida, descansando y cogiendo fuerzas para el día siguiente, que seguro que le hacen falta. Y seguro que a muchos otros papás y mamás también se parece.

Pero el problema es más gordo de lo que parece. Aunque no sea obligatorio ver la televisión, por supuesto, hay ciertos horarios que dicen mucho. En algunas de las cadenas principales, el «programa estrella» empieza a una hora cercana a las once de la noche de lunes a viernes. ¿Estamos locos? Teniendo en cuenta que al día siguiente hay que levantarse para ir a trabajar y llevar a los niños al colegio (quien los tiene), es una hora terrible. Y lo peor, es que muchos españolitos, aún así, nos quedamos viendo una película o una serie.

Recuerdo que cuando era pequeño, en verano empezaba el telediario a las 21:00. pero en invierno empezaba a las 20:30. ¿Por qué La Uno, cadena que no depende de ingresos publicitarios, no puede hacer algo similiar y facilitar que se vean programas en familia como los del sábado? Quizá con esa media hora fuera suficiente, la frontera de las doce de la noche no se debería sobrepasar nunca, aunque sea sábado, y sean programas para ver en familia.

Para este Día del Padre me pido…

Para este Día del Padre me pido que me critiquen a mi también. También hago cosas mal. También soy un mal padre, a veces. Reivindico mi derecho a que me lo digan. Quiero que me pregunten por qué hago ésto o dejo de hacer lo otro. Tengo derecho a que se cuestione mi paternidad igual que se cuestiona la maternidad tantas veces. Porque los papás no somos perfectos. También tenemos obligaciones con nuestros hijos, que deberían ser las mismas (al menos en cantidad) que las de las mamás. Y si no cumplo con ellas, quiero que me den caña. Aunque claro, para eso, la sociedad, incluidos otros papás, deben darse cuenta de que tienen esas obligaciones. Parece que los papás tenemos derecho a todo, es como si la cosa no fuera con nosotros. Sin embargo, en el otro extremo, hay hordas de supuestas buenasmadres esperando a supuestas malasmadres para saltar a la menor.

Y como muestra un botón. Parece ser que si mamá quiere celebrar con papá que acaban de ser justo eso, mamá y papá, teniendo una cena a solas y dejando a su recién nacida unas horas con sus abuelos, es una malamadre. Que se lo pregunten a Soraya Arnelas. Al papá nadie le dice nada. Él sí debe tener derecho a celebrarlo, o a darse un respiro. La pobre Soraya ha sufrido las hordas de buenasmadres, que la han puesto a caldo en las redes sociales. Así estamos. Personalmente defiendo lo que ha hecho, no creo que le haya hecho ningún mal a su hija, que seguramente ni se haya enterado, Soraya y el papá han tenido su rato a solas (nadie sabe cuánto lo podían necesitar, así que no juzguemos), y los abuelos seguramente tan contentos con su nieto. Insisto, no veo el problema.

Bueno sí, volviendo al tema inicial veo uno, y gordo. Los papás no podemos ni debemos ser sombras para nuestros hijos. 

Ni ellos, ni las mamás, ni, por supuesto, nosotros, nos lo podemos permitir. No puede ser que nos dediquemos solamente a las tareas «agradables» con nuestros hijos y dejemos todo el mogollón a las mamás. Qué aparezcamos cuando haya algo que nos apetece hacer y cuando no, adiós muy buenas. Y creedme, esto pasa.

Y como no soy, ni quiero, ser así. Yo, para este Día del Padre, me pido mi parte. La buena y también la mala. Me pido jugar, pasear, ver una película… Pero también me pido ir al pediatra, cambiar pañales, dar la comida… Me pido ser PADRE. Y cada vez somos más los que lo hacemos. ¿Te apuntas?

Superpapás que cambian pañales

¿Los papás cambian pañales? Hombre, pues claro. Tienen que hacerlo. Primero porque es su obligación, y segundo porque a sus hijos les encanta que lo hagan. No es que se aburran de mamá, es que están deseando tener un ratito con papi. Además, un cambio de pañal es una oportunidad especial de estrechar lazos padre e hijo. Se pueden hasta compartir fluidos (no voy a entrar en detalles)…

Pues hay una nueva generación de papás que hacen de todo con sus hijos. Igual que las mamás. Y, por supuesto, cambian pañales, y acarician a sus hijos mientras lo hacen, y les dicen cosas bonitas en voz baja, y los vuelven a vestir con mucho cuidado… Son los #papasdodot.

Y como yo soy uno de ellos, desde Dodot y Madresfera, nos han dado la oportunidad de probar sus nuevos pañales con tecnología de tres Tubos Ultra-Absorbentes que ayuda a repartir el pipí uniformemente por todo el pañal. Eso hace que aguante más tiempo seco y se hinche menos, que otros pañales hay veces que parece que van a explotar, lo cual no sería nada agradable. Los hemos probado con los mellizos y el resultado es muy bueno. Absorben muy bien, como todos los Dodot, pero nos ha gustado especialmente que tras varias horas no abulte como un pañal a punto de reventar.

Además, en el kit que recibimos venía un paquete de toallitas Dodot. De las buenas. Hemos probado muchas marcas y te puedes encontrar de todo pero con éstas sabes que aciertas seguro. Incluso tienen tapa de plástico duro en el paquete para que se conserven mejor húmedas.

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Y por último una mochila supermolona que solamente podrá usar un superpapá supermolón, como yo, por ejemplo.

Bueno, os dejo que voy a cambiar un par de pañales con el kit de Dodot y el kit de mellizos.

El accidente

Estás trabajando. De repente recibes una llamada de teléfono. Es tu mujer. Te dice que tu hija ha tenido un accidente de coche con un compañero del cole y su papá que era quien les llevaba. Está con ella. Tiene un rasguño y un chichón, pero está bien, aunque un poco acelerada y mimosa. Te asustas, pero intentas no perder la calma. Te ha dicho también que los mellizos están acompañados por una prima (otra vez sale lo importante que es tener una red de ayuda alrededor). Inicialmente piensas que la situación está controlada y que puedes seguir trabajando, no falta demasiado para la hora de salir. Entonces te das cuenta de que tu hija y tu mujer te necesitan. Debes irte. El camino andando hasta el parking se hace interminable. Ya en el coche pasas por el lugar del accidente. Ves el coche en el que iba tu hija y te acojonas. Sabes que está bien, pero te acojonas. Con el miedo en el cuerpo, sigues hasta el hospital. Cuando la ves, entonces sí, te tranquilizas. Llora. No le gusta el hospital (supongo que a nadie). Un par de pruebas rutinarias, todo bien. Tiene que comer algo y, si le sienta bien, nos vamos. Un rato después está jugando y corriendo con el compañero de clase que iba en el coche con ella. Definitivamente están los dos bien, gracias a Dios. Mañana tendrán algo para contar en la asamblea de la clase. Qué ganas de llegar a casa.

En los siguientes días, es tranquilizador saber que no ha cogido miedo a montar en coche. Ni siquiera al pasar por el mismo sitio. Pero parece que no todo está bien. Notamos que, algunos días, al poco tiempo de quedarse dormida, está intranquila soñando algo, se sobresalta y habla. Pensamos que puede tener relación con el accidente, y nos preocupa. Si no lo ha «cerrado» bien, en cualquier momento puede volver a salir.

Papá y mamá recuerdan uno de los libros que les recomendó Nika Massoumian y que leyeron pensando en que en algún momento les podría ayudar. Es «El cerebro del niño». Explica que, en situaciones que pueden ser traumáticas para los niños, es conveniente pedirles que cuenten lo que les pasó. Así pueden comprender lo qué ha sucedido, conociendo sus emociones.

El cerebro del niño

Así que, varios días, al llevar y traer a Julia al cole, y con distintas personas en el coche o en casa, hemos intentado ponerlo en práctica. Ella no es muy dada a hablar, así que es un poco complicado que lo cuente. Pero lo que sí hemos podido hacer es «guiarla» con preguntas para que vaya hablando de todo lo que pasó. Lo recordaba perfectamente, y no parecía molestarle hablar de ello. Con cada pregunta se soltaba un poco más, hasta que llegamos al fin de la historia, que era llegar a casa sana y salva.

Parece que dejó de estar intranquila y no volvió a soñar lo que fuera que soñara. No podemos estar seguros de si era algo relacionado con el accidente. Pero, si lo era, en este caso, tratarlo de esta manera, parece que nos ha ayudado.

Si yo fuera rico…

 

Si yo fuera rico, tendría una casa más grande, con muchos dormitorios con grandes camas en las que poder dormir tres, cuatro, cinco, o los que hagan falta. Con muchos cuartos de baño. Con un salón inmenso y una sala de juegos inmensa para las tardes de lluvia. Con una gran cocina en la que poder tener una gran mesa a la que poder sentarnos a desayunar, comer, cenar, o simplemente contarnos qué tal ha ido el día. Con un gran jardín con columpios, y mesas y sillas para descansar al sol en invierno y al fresco en verano. Esa sería mi casa.

Si yo fuera rico, tendría un coche muy grande. Qué digo coche, mejor una furgoneta. Con siete plazas de verdad, no con dos plegadas en el maletero. Y con un maletero inmenso para poder meter muchas maletas o las sillas de los niños sin tenerlas que plegar. Y con puertas correderas, para no tener que estar pendiente de aparcar con mucho sitio al lado para poder sacar a los niños. Ese sería mi coche.

Si yo fuera rico, no trabajaría. Fuera de casa, me refiero. Porque estar en casa y cuidar a los hijos ya es un trabajo, aunque no esté pagado, con dinero me refiero. Me dedicaría a disfrutar de mi familia todo el tiempo posible. A hacer los trabajos del colegio con los niños, a cocinar con pequeños ayudantes, a dar paseos todos juntos… Ese sería mi trabajo.
Si yo fuera rico, tendría que llenar esa casa, ese coche furgoneta, y ese tiempo de no trabajar fuera de casa. Y necesitaría mucha gente a mi lado para poder llenar todo eso. Mamá y yo no podríamos solos. Ni siquiera con ayuda de Julia, Pablo y Luis podríamos.
Si yo fuera rico, tendría más hijos con mamá. Incluso adoptaríamos, siempre pensamos que podríamos hacerlo. Y también tendríamos niños en acogida, ¿por qué no?. Así llenaría todo. Hay quien dice últimamente que los hijos te quitan calidad de vida. Te quitan algunas cosas, está claro, pero no calidad de vida, por lo menos no a mí. Y lo dice alguien a quien le encanta dormir y últimamente duerme bastante poco y bastante mal. Pero me da igual. Los hijos te quitan algunas calidades pero te dan otras. Y yo quiero muchas calidades de las que te dan, sin las que te quitan puedo ser igual de feliz, o más. Así que si fuera rico, tendría muchos hijos, todos los que pudiera. Para tener muchas calidades de vida, a montones, cada día.