Empezando a andar

Catorce meses. Es lo que ha tardado el primero de los dos. Y al otro no le queda mucho, ya lo va intentando. Habrá a quien le parezca que es tarde. A nosotros nos parece, como con tantas otras cosas, que ha sido cuando tenía que ser. Cada cosa a su tiempo. Y es que Luis se ha echado a andar. Y parece que le encanta. Todavía hay veces que se cae de culo o intenta ir muy rápido y tiene que parar o tirarse contra algo, o alguien, para apoyarse. Pero le encanta. Ya casi no gatea, aunque vaya más rápido. La emoción de hacer algo nuevo le puede. Debe ser tan divertido andar por primera vez… Pablo se da unos pasitos de vez en cuando, pero en seguida echa el culo al suelo y sigue gateando su camino, que así llega antes. No parece que tenga prisa. Y sus padres tampoco.

Esto no debería ser un problema, y no lo es. Pero plantea dificultades a papá y mamá. Bajar con los tres al parque ya no es tan fácil. Hay que estar pendiente de una, coger a otro que se va gateando hasta donde le dejen, y estar atento a posibles tropezones y caídas del tercero. Con lo fácil que era antes, con dos tercios de los hijos quietitos en su silla o dormidos tranquilamente. La parte buena es que se cansan más, y, claro, tiene que descansar. Aquí se ve a Luís reposando después de un paseo.

A mí me encanta verlo andar y por sus pasitos cuando se acerca. Aprende muy rápido. Cada día lo hace mejor que el anterior. Hasta se agacha a coger cosas del suelo y se vuelve a poner de pie sin ayuda. Es increíble lo rápido que avanzan. Y tiene una cara de felicidad… Definitivamente está encantado con poder andar.

Cuando anden los dos podemos tener problemas. Imaginaos, cada uno corriendo hacia un lado distinto. ¿Qué difícil decisión? ¿A cuál de los dos coges? Bueno, intentas coger, que no es tan fácil…

Y además, esto no es todo. Ya se saben subir al sofá del salón, abrir armarios y cajones a los que antes no llegaban… Así que ya no es un lugar tranquilo en el que los puedes dejar unos segundos sin vigilar. Ahora es un peligro.

Cada vez están más ágiles, más rápidos, más bonitos. Me los como a los dos…

Hermanos

Ahí están, los hermanos Alcántara. Tomando algo, sentados echando un rato, charlando de su padre y de su madre. Juntos, como buenos hermanos. Han tenido sus mejores y peores momentos, se han enfadado, reconciliado, vuelto a enfadar y vuelto a reconciliar. Si alguien ha seguido la serie lo sabe. Nosotros lo hacemos desde hace mucho. Y a mí los hermanos Alcántara me dan mucha envidia. Sus padres no, no quiero ser como Antonio, me cago en la leche. A mí los que me dan envidia son sus hijos. Porque son cuatro. Porque tienen tres hermanos cada uno. Y nuestros hijos tienen dos. Y me dan envidia porque yo no los tengo, me cago en la leche otra vez.


Hace un par de jueves, mientras veíamos el capítulo, tuve una visión. Vi a Julia, Pablo y Luis dentro de unos años sentados en algún sitio, da igual donde, charlando, como los hermanos Alcántara. Hablando de papá y mamá, bien o mal. Recordando momentos buenos y momentos malos. Recordando enfados y reconciliaciones. Con sus vidas ya encauzadas, con hijos o no, con las cosas claras o no. Pero sabiendo que, pase lo que pase se tienen los unos a los otros, y que siempre van a estar ahí. Y que siempre van a tener alguien con quien charlar de las​ cosas de su familia o de lo que les de la real gana, me cago en la leche.


Con un hermano puedes compartir todo. Cómo hacen los hermanos Alcántara. Puede ser un hombro en el que apoyarse cuando vengan mal dadas. Y puede ser un compañero con el que celebrar las alegrías más grandes. Nunca te falla. Me cago en la leche, mira que tiene que ser bonito tener hermanos.


Y como yo no tengo hermanos, y mamá tampoco, no sabemos lo que es eso, pero debe ser cojonudo. Debe ser una sensación maravillosa. Tener hermanos. Porque no es lo mismo que tener primos o tener amigos, por muy buenos que sean. No es lo mismo. Seguro que no. Y no lo sigo pensando más porque me están dando ganas de volver a cagarme en la leche otra vez, no se por qué.


El cuello es a los bebés lo que el ombligo a sus papás

Hoy voy a hablaros de un lugar inexplorado e infinito. Un lugar en el que cabe de todo. Un lugar que puede sorprenderte por todo lo que puede contener. Si en algún momento pierdes algo, búscalo en él, seguro que está. Sí amigos, me estoy refiriendo al cuello de los bebés. Esa zona impenetrable en la que se alojan todo tipo de cosas. Donde la luz nunca llega y dónde hay sorpresas inimaginables.

El otro día estábamos con unos amigos y alguien me dió la idea para escribir sobre ello. Decía, creo que recordar, que un pediatra le había comentado lo que podía llegar a encontrarse en tan recóndito lugar. Hablaba incluso de granos de arroz. Espectacular.

Porque el cuello es a los bebés lo que el ombligo a sus papás. No para de fabricar materia, como el ombligo con las pelusas, que a todos nos salen (aunque haya quien lo niegue), de distintos colores incluso. Y aunque las quites (no para guardarlas en un tarro de cristal, como ha habido casos), al rato tienes otras nuevas.

Da igual que tus hijos estén recién bañados, da igual que les laves la cara y el cuello, da igual que les limpies con una toallita. En unos minutos vuelves mirar, y te puedes encontrar con el objeto más insospechado, con cualquier cosa.

Volviendo al momento en el que me dieron la idea para esta entrada, el cuello de tus hijos te puede dejar en evidencia muy fácilmente. Has comido con unos amigos, estás tomando un café y charlando un rato, y a uno de tus retoños le da por levantar la cabeza mirando al techo. Y entonces sale a la luz esa zona que suele estar oculta. Con sus pelusas, muchas pelusas. Claro, han tenido una chaqueta de punto puesta un par de horas, y eso el cuello no lo perdona. Por lo menos, está vez, no hay trozos del pollo que han estado comiendo. Es cuando piensas «parece que hace semanas que no lo baño», e intentas salir del embarazoso momento con un comentario gracioso del tipo «el otro día me encontré ahí un billete de quinientos euros».

Bueno, hasta aquí llega mi reflexión. Os aseguro que es sorprendente lo que puede llegar a ocurrir en ese cuello. Si tienes hijos, me darás la razón. Por cierto, no se dónde he dejado las llaves del coche. Aunque, ya se donde voy a buscarlas…