Mi primer imaginario de los contrarios en ingles

Gracias al programa «Hacemos lectores» de Literatura SM, tenemos en casa este libro.
 

Se llama «Mi primer imaginario de contrarios bilingüe» y está dirigido a niños entre dos y seis años. En sus páginas encontramos vocabulario, mucho vocabulario. De ese que siempre viene bien conocer cuando quieres expresarte en inglés y te quedas pensando «¿cómo se decía…? Hasta a papá y a mamá les va a venir bien, también lo van a aprovechar.
 

El libro tiene tapa dura y las páginas son bastante gorditas, de cartón, así que es bastante resistente. Cada doble página tiene un tema (cosas de casa, animales, la naturaleza, viajes, hora de jugar…) y en él hay ilustraciones con las palabras al lado en español y en ingles. ¡Hay mas de doscientas! Es muy sencillo de entender y los dibujos muy chulos.

 

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A Julia (4 años) le gusta bastante, dice que es muy «chuli». Ella es más de cuentos, sobre todo a la hora de ir a dormir, pero ya lo ha estado viendo algunas noches con mamá y así amplían vocabulario las dos. Hay algunas de las palabras que ya se las sabe, pero siempre viene bien aprender más.

 

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Es el primer imaginario que tenemos, enla colección hay varios. Ya tenemos ganas de conocerlos porque son libros para aprender mientras los peques se entretienen.

 

Si os apetece tener un libro para que vuestros peques se vaya familiarizando con el inglés y con algunas palabras no tan habituales pero sí útiles, lo podeis comprar desde aquí.

Taller de relajación para cinco

 

Papá y mamá últimamente no paran. Todo el día con prisas, y las noches son bastante malas y no consiguen descansar. Necesitan relajación. Y conseguirla con tres hijos es un poco complicado (imposible). Los fines de semana, al menos, están los dos en casa y se pueden repartir algo más. Pero también tienen un tiempo que hay que rellenar de alguna forma. Juntando todo esto, y viendo la agenda de Hala que chulo, se les ocurrió ir a un taller de relajación y meditación de Family Balance. Ya se veían llegando a casa después supertranquilos, Julia sin dar voces, los mellizos sin llorar, ellos relajados… Bueno, veamos.

 

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Comenzamos…

 

Para empezar, lo habitual, piensas que vas a salir, esta vez sí, a la hora justa para poder llegar a tiempo. Pero esta vez tampoco. ¿Alguien más tiene un hijo que esté esperando a ser bañado para hacerse caca? Ya salimos tarde. Al menos, tenemos suerte y aparcamos a la puerta. Lo de la suerte es porque no nos multaron por dejar más de la mitad del coche en la parada del autobús. Empieza el taller. Hay que tumbarse e ir pensando en lo que va explicando la monitora. Empiezan tumbados tres miembros de la familia, luego dos, y luego una, y a ratos. Los mellizos ven que el sitio es más grande que casa y tienen mucho espacio para moverse. Van a ver a una mamá, y luego a otra, y a un papá con otro niño… Total que papá y mamá pendientes de ellos sin poder hacer nada. Y Julia riéndose de lo que hacen. En ese momento ya estás en la fase de reírte por no llorar. Y relajado, poco. De meditar ni hablamos.

 

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Papá con los mellizos intentándolo

 

Lo siguiente es dar un masaje. Como lo principal es la relajación de Julia, pues mamá le da el masaje. Mientras papá se encarga de… los comezapatos. Todo el mundo estaba descalzo, y todos los zapatos estaban juntos. Buen menú, de primero botines, de segundo deportivas, y de postre botas de trekking. Hay de todo, y todo comestible, parece ser. Papá no da a basto.

 

 

Por último, hay que colorear un mandala, que hace Julia. Pablo y Luis siguen haciendo vida social conociendo a mamás y a niños. Papá y mamá bastante rendidos y cansados los dejan, después de todo a nadie parece parecerle mal. El taller llega a su fin y no sabemos si Julia se ha relajado, pero papá y mamá han tenido ratos de bastante estrés y, por supuesto, han meditado y decidido que, la próxima vez, no van con los mellizos.

 

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Julia y su mandala

 

El taller de meditación y relajación les ha parecido a papá y mamá una actividad muy recomendable, a Julia le ha gustado mucho, pero para niños de edad a partir de tres años por lo menos, cuando ya son capaces de estar un ratito quietos y tranquilos. A ellos les admitieron encantados, pero creen que han molestado más que otra cosa.

 

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Pablo y Luís se vinieron arriba y no pararon

 

A todos los asistentes, si por casualidad nos leéis, gracias por aguantarnos, volveremos los cinco, que además nos olvidamos el mandala de Julia… No, es broma, podéis estar tranquilos, que los mellizos no irán.

Compartiendo virus y bacterias

Aquí compartimos todo. En esta casa todo se comparte, hasta los virus y bacterias. Porque compartido, todo es mejor. Para qué se va a poner malo uno solo si podemos ponernos malos los cinco. De esta forma reforzamos los vínculos familiares, nos mantenemos más unidos.

No recuerdo cuando fue el último día en el que estábamos los cinco en perfecto estado, pero debió de ser hace meses. Desde entonces, hemos pasado por toses, mocos, diarreas, vómitos, dolores de garganta, fiebres… Siempre es igual, empieza uno y se lo pasa a otro, y ese a otro… y cuando vamos a acabar con algo (si es que no volvemos a empezar), puede que ya estemos con lo siguiente. Vamos, un fiestón.

Hace un par de semanas nuestra hija mayor y varios de sus compis del colegio tuvieron un virus y estuvieron con vómitos o diarrea. Como al virus debió gustarle nuestra casa, siguió por aquí unos cuantos días. Mamá con diarrea y molestias en el estómago varios días. Litros de suero, corrieron por sus venas… Los dos mellizos estuvieron con diarrea. Y yo casi me libré, porque pasé un día con el estómago dando guerra y esperando lo peor. Por suerte para mí, se quedó sólo en eso. Casi dos semanas nos ha durado la broma.

No me gusta no estar bien (supongo que como a todo el mundo). Reconozco que no soy buen enfermo y seguramente no estoy tan mal como pueda parecer. Siento bastante impotencia. Odio estar más de una semana con una tos puñetera que me hace hasta tener agujetas. Yo normalmente pasaba los inviernos con un sólo catarro y unos días de tos y dolor de garganta y ya. Este año ya he roto la media. Y lo que me debe quedar. Ya no estoy en casa en manga corta, casi no me tomo mis «cafeses» con hielo, ni cerveza con unos minutitos de congelador, y a veces salgo a la calle con bufanda. Ya se que todo esto es lo normal en invierno, pero yo no lo hacía hasta ahora, mamá me llamaba el señor calorías.

En casa tenemos paracetamol e ibuprofeno en todas las modalidades. Infantil, en pastillas, efervescente… Estamos pensando muy seriamente si pedir en la farmacia que nos hagan una tarifa plana y que nos pongan un punto Sigre sólo para nosotros. Y vamos a tener que alquilarle una habitación a la vecina de al lado para almacenar las medicinas, el armario donde las guardamos ya se nos queda pequeño.

Espero que esto sólo dure mientras siga haciendo frío, y que después tengamos un respiro. En septiembre los mellizos empezarán a ir a la guardería y con la vuelta al colegio de su hermana mayor supongo que volveremos a empezar. Los virus se quedan agazapados en los juguetes del cole todo el verano y esperan ansiosos que los niños vuelvan a tocarlos, chuparlos y compartirlos para volver a hacer de las suyas. Y a partir de ahí, volveremos a empezar…

Algo huele a podrido en el futbol

No quiero que mis hijos jueguen al fútbol. No quiero. Me encantaría que hagan deporte, pero intentaré que no sea éste. Y a lo mejor no lo puedo evitar y tengo que aguantarme. Sobre todo porque el fútbol me gusta y va a ser difícil que no les contagie esa afición. Pero no quiero que jueguen al fútbol. Y no es por tener que levantarme los sábados por la mañana temprano para ir al partido y que vuelvan a casa llenos de barro después de recibir un saco de goles. Es porque lo que sucede en muchos partidos y entrenamientos con los niños es muy desagradable. Y no es algo que deban aprender. Ni siquiera ver. O al menos a mí me lo parece. No quiero tener que ir a ver los partidos de mis hijos y tener que estar pendiente de que unos u otros padres o madres se enzarcen en discusiones, gritos o incluso peleas. O ver cómo un padre le dice al portero del equipo rival «te jodes» al recibir un gol. No quiero ver, ni que mis hijos vean, esto o esto en directo.

Cuando yo iba al colegio y al instituto, jugué al baloncesto. No recuerdo haber visto ningún comportamiento desagradable ni agresivo por parte de nadie. De ningún padre o madre, me refiero. Porque son peor que los niños. Y lo siento, pero de momento, en este grupo de padres y madres no me puedo incluir, por eso hablo en tercera personal del plural. Ganábamos o perdíamos, y estábamos contentos o enfadados, pero no era el mismo ambiente que se ve ahora en el fútbol. Y es que algo huele a podrido en el fútbol.

Supongo que todos queremos que nuestros hijos sean los mejores en lo que hacen. Pero a ciertas edades, tienen toda la vida por delante para serlo. Y no pasa nada si no lo son. No pasa nada si no son el nuevo Messi o el nuevo Ronaldo. Ya habrá otra cosa en la que destaquen. Y si no, sus padres tendrán que enseñarles que no pasa nada por no ser el mejor y que se puede ser feliz sin serlo. Simplemente jugando y pasándolo bien, haciéndolo lo mejor que se puede. Mientras tanto, pueden aprender a esforzarse por mejorar, a trabajar en equipo, a saber perder (sí, perder, no pasa nada por perder).

Dentro de unos años, los mellizos o su hermana mayor (sí, las niñas también pueden) puede que quieran jugar al fútbol en el equipo de su colegio. O quizá tengamos suerte y prefieran el baloncesto, el balonmano o el bádminton. Lo que es seguro, es que no nos empeñaremos en que sean los mejores ni la montaremos en los partidos. Son niños. Simplemente se trata de que se lo pasen bien.

Carta a Samanta Villar

 

Hoy mamá se ha decidido a escribir. Hacía mucho que no lo hacía, pero creo que era más apropiado que esto lo escribiera ella que hacerlo yo.

 

Querida Samanta,

Lo primero que quiero decirte es que admiro tu trabajo y a ti por la imagen que muestras en él.
Me he atrevido a escribirte después de leer hace unos días un artículo sobre tu libro «Madre hay más que una». He leído opiniones en las que se decía que algunas frases del mismo sólo eran un reclamo para vender más libros. Me niego a creerlo.

Yo, simplemente, voy a escribir mi opinión personal al respecto. Soy Belén, esposa y madre de familia numerosa, también trabajadora, aunque ahora estoy en excedencia. Soy muchísimo más feliz que hace 5 años, antes de tener a mi primera hija, aunque esté sin dormir, con ojeras, no pueda salir casi nunca sola con mi marido, pese no sé cuántos quilos más, me duelan los brazos y la espalda,… y aunque “el dolor físico del agotamiento y el hundimiento moral de decir: ¡no puedo más!” me pueda algunas veces, aún con todo esto, soy más feliz y no, no he perdido calidad de vida. Mi vida ha cambiado por completo. Tengo otras prioridades.

Mi primera hija tardó en llegar. Nació por cesárea y era lo más bonito del mundo. Al ver su cara se me olvidaron todas las penurias pasadas. No sentía dolor, sólo una inmensa emoción y alegría. Lo repito, no recuerdo dolor por la herida de la cesárea. Sí, se que pueden decir que eran las hormonas. Esas mismas hormonas que 15 días después hicieron que el mundo se me callera encima cuando mi marido volvió a trabajar. Nunca creí que, a mi, me pudiera pasar eso que llaman depresión postparto, con lo que deseaba ser madre, ¿cómo podía pasarme a mi? Pero pasó y fue una etapa dura, pero no empañaba la felicidad de estar con mi niña. Y salí y era feliz con mi familia. Durante 10 meses, me estuve sacando la leche con un sacaleches y dándosela a mi bebé con biberón. Mucho trabajo, tiempo, críticas, pero aguanté hasta que yo quise. No me considero mejor o peor madre por ello. Sólo pensaba que estaba haciendo lo mejor para mi niña.

Mi marido y yo decidimos que me quedaría en casa el primer año para estar con la bebé. Menos ingresos, implicaba quedarnos sin vacaciones. Para mi tampoco esto era perder calidad de vida. Durante muchos meses me duchaba corriendo, sin darme crema después por supuesto, pero para mi eso tampoco era perder calidad de vida. No soy una superheroína, aunque a veces lo intento, sin éxito, claro.

A los 2 años mi hija estuvo ingresada durante una semana, para encontrar el motivo por el que llevaba 1 mes con fiebres continuas. Eso no es perder calidad de vida, aunque la descoloque y la ponga patas arriba del todo, es miedo porque tu corazón está en una cama de hospital y no puedes ayudarla.

Después, un aborto. Esa situación sí nos hizo perder calidad de vida, vuelven las preguntas, los miedos, las indecisiones. ¿Alguien le puede decir a las mujeres que hemos pasado por esta situación que no se preocupen porque es mejor ser tía que madre, que la maternidad está sobrevalorada, o que “la maternidad es un estado idílico, que no coincide con la realidad”?

El verano pasado nos volvimos a quedar embarazados…¡de mellizos! Nunca quisimos ser padres de hija única, porque mi marido y yo somos hijos únicos y no nos resultó una buena experiencia. Así que con un par, tiramos para delante.

 
El embarazo fue horrible, nauseas, vómitos, sangrados, acidez, apenas podía comer, dormía fatal ¿Y? Para mí, la recompensa final justificaba todo lo que estaba pasando. Parto provocado, costoso, con fórceps, ventosas, maniobra de kristeller…uno de los mellizos perfecto y el otro a neonatos. Horrible sensación. Corazón roto de dolor. Gracias a Dios no pasó en la incubadora ni 2 días. Días que se hicieron siglos sin poder verle, cogerle, abrazarle y llenarle de besos. Ni por un momento pensé que era más feliz antes de lo que lo era ahora. La felicidad y la alegría son cosas distintas para mí. Mientras tanto, yo no tenía fuerzas ni para levantarme de la cama del hospital. Tuvieron que ponerme hierro intravenoso y hacerme 2 transfusiones. Mi único deseo era poder ir a ver a mi bebé a neonatos. Fue una experiencia muy dura, pero ni comparación con la que viven otros padres que pasan allí semanas o meses.

Imagino que a quien pueda leer todo esto, no le parecerá nada idílico la maternidad y le quedará claro que es dura, muy dura. Nadie me dijo que fuera fácil, ni lo está siendo en absoluto, y por eso yo a nadie le digo que este camino será sencillo. No sé quién pudo decírtelo a ti…

 
Por supuesto que pierdes libertad, y que tu vida ya no va ser la misma, pero tampoco cuando sales con otra persona y te vas a vivir con ella. Si te comprometes con alguien y por ella cambias hábitos, preferencias, gustos, aficiones, ¿significa que estás perdiendo calidad de vida?

 
Para mi, perder calidad de vida es tener 16 semanas de permiso de maternidad. Es que cuando vuelva a trabajar, voy a tener sólo 35 horas para poder ir al médico con mis hijos o yo misma. Es no poder ir por la calle con el carro gemelar porque hay multitud de obstáculos que me lo impiden. Es tener que subir a pulso el carro en un edificio de un organismo público porque no hay ascensor. Es no tener apenas ayudas públicas. Y otras muchas cosas más que gracias a Dios no estamos pasando, como estar enfermos o pasar graves apuros económicos.

 
Ahora, como te dije al principio, estoy en casa con mis mellizos de 10 meses, gracias a que en mi empresa puedo elegir la opción de tener excedencia para su cuidado. Y digo gracias, porque otras mamás no tienen este privilegio. Eso también puede hacer perder calidad de vida. Me ducho con mis mellis de espectadores en la puerta sentados en sus tronas, no puedo ir al baño sola porque gatean hasta apoyarse en mis rodillas, ni tumbarme a descansar después de comer, duermo (bueno, dormir, dormir…) con mis amores pequeños entre mi marido y yo…¿divertido no?

Para finalizar, te diré que para mi calidad de vida es verles cada mañana, sus besos, sus caricias, sus abrazos, sus manos agarrándome, sus te quiero mucho mucho requetemucho, ver a mi niña salir corriendo del cole para abrazarme, todo eso y el amor de mi marido, con el que ando el camino de la vida con equivocaciones, tropiezos, fallos y sobre todo con mucho amor. Y además, toda la gente que nos hace la vida más fácil, y nos quiere, y nos trae a la niña del cole, se queda con los bebé en una urgencia, me ayuda a dar bibes, nos regala una hora a solas para que mi marido y yo vayamos de la mano por la calle. Todo eso hace que la vida merezca la pena, y que mi vida en familia, con mis hijos, sea lo mejor del mundo.

Espero que seas inmensamente feliz con tu pareja y tus hijos. Un abrazo fuerte. Belén.